Hasta
que no te metes de lleno en la preparación de una boda, no puedes hacerte ni
una pequeña idea del mundo tan desconocido que hay detrás de un día tan bonito.
Así pensé yo cuando conseguí ser consciente del próximo paso que daría en mi vida.
Vale
que había estudiado Organización de Eventos, que sabía y me dedicaba a ellos,
que me gustaba la moda, las flores y la decoración, que era creativa y luchaba
por los imposibles que alguien un día decidía decirte con un no, pero fue una
tarde de domingo, tal y como la de hoy, cuando paré mi vida y me pregunté… Voy
a casarme, ¿y ahora qué?
Las
clases en la Universidad, en el Máster, la teoría y su práctica habían estado
muy bien… Pero la realidad era otra y de eso nadie me había hablado. Nadie me
había contado las indecisiones que una sencilla y bonita tela, encaje o seda
blanca, llámalo como quieras, me iba a traer. Así, con esta ligera idea os
podéis imaginar lo mal que empecé.
Cuando
yo había oído hablar a todas la novias que se probaban un vestido y sabían que era el suyo, yo me sentía rara.
Yo sabía que no era ese tipo de chica que llegaba, se probaba y acertaba. Así
fue entonces como topé con el gran mundo de las indecisiones. Yo no quería
grandes firmas, yo quería mi vestido, uno que me identificara; eso era lo que
les explicaba a mis amigas. Quería que el día que me vieran entrar en la
iglesia, todas y cada una de las personas que allí estaban, pensaran…
¡Es ella!
No
me probé ningún vestido de novia (error que hoy me atrevo a confesar, entre
nosotros, que no volvería a cometer), ni en grandes firmas con diseños confeccionados
ni en tiendas más pequeñas. Leí y releí
muchísimas revistas, navegué por infinidad de blogs, pero siempre llegaba a la
misma conclusión… En esas chicas, no veo mi yo.
Así
fue como la semana siguiente a mi crisis de indecisiones, cogí a mi madre
(¡bendita santa!) y me presenté en el taller de una modista. Yo no quería
diseñadores, no quería firmas, quería mi vestido y quería ser yo. Lloré mucho
(¡arriba las sensiblonas!) y no sé cuántas veces me arrepentí de todas mis
decisiones, que más tarde quería otra vez, pero terminé siendo feliz.
Por
eso a cada una de las novias que nos lee, nos escribe y nos pregunta, le
decimos lo mismo… Sea el que sea, que te haga sonreír. Habrá gente que no le
guste, que piense que no es tu estilo o simplemente que hable por hablar, pero en todo ese trayecto es hora de olvidar el que dirán… ¿No es tu día? ¿En serio no morirías por
llevar el vestido con el que siempre te has imaginado?
Hoy es domingo, hoy es tarde de inspiración… Por
eso, si te casas el año que viene, echa un ojo a estas novias, ellas son un
claro ejemplo de identificación.
Volviendo la vista atrás, un estilo vintage hoy en día también es lo más.
Manselga
¿Quién dijo que una novia no podría lucir sus interminables piernas morenas?
Sarah Seven
O el pantalón... Esa comodidad absoluta en la que sentirte del todo segura.
Sino, siempre quedará un espíritu boho-chic en el que sentir la libertad.
Stolen Fox
Alberta Ferretti
O la personalización indudable de un vestido corto con el que asegurar la diversión.
Sea el que sea, pero recuérdalo siempre... Tú y tu propio yo.